Duty first, self second. Primero el deber, después uno. En esta consigna, Stephen Frears resume la carta de presentación ante el mundo de la reina Isabel II de Inglaterra. Una mujer autoeducada para la contención de sus sentimientos y condenada para siempre a un matrimonio mediocre. El carisma no se hereda, y por eso para Isabel II resulta incomprensible un fenómeno como el de Lady Diana —el único personaje de la película que se interpreta a sí mismo, gracias al material de archivo, y cuya iconografía gobierna sobre el resto del reparto como un sol caprichoso—, la plebeya elevada a fenómeno de masas por su espontaneidad. En un momento crucial de la película, nuestra reina se quiebra: se accidenta su vehículo rústico, es sólo un átomo solitario y desamparado en la campiña, y llora sin consuelo. Se le aparece un ciervo que está siendo perseguido por su esposo Felipe y sus ojos brillan como la niña que en el fondo es. La mujer que no tuvo infancia ni juventud.
Frears es un cineasta de altos y bajos, de matices más que de proclamas. THE QUEEN es un ejercicio de equilibrista. Por un lado, deja totalmente en evidencia lo absurdo de una familia monárquica (tan disfuncional como la de LITTLE MISS SUNSHINE) en pleno siglo XXI: una reina que ha quedado para poco más que la silueta de un peinado en las monedas y que acepta con resignación lo que se le impone desde las instituciones democráticas —"¿Tengo otra opción?", ironiza al aprobar las modificaciones que ha hecho Tony Blair a su discurso de condolencia por la muerte de Di—; un pelele de príncipe consorte, Felipe, homofóbico, estúpido y encerrado en su burbuja de los cotos de caza; el apego a protocolos de reverencias huecas hacia la anciana-niña que se conmueve profundamente por la muerte de un ciervo, pero que es incapaz de comprender el sismo social que genera la "princesa del pueblo".
Al mismo tiempo, Frears se niega a clavar la estocada cruel. Una de las escenas menos convincentes es aquella en la que Tony Blair (un Michael Sheen tan risueño como Mr. Bean) reacciona violentamente ante las burlas a la reina que hace su influyente asesor de prensa Alistair Campbell (Mark Bazeley, una cínica revelación), para defender su legado: "Ha estado 50 años en un cargo que no eligió ser", etc. La conclusión de la película parece ser que sí, que la monarquía no tiene sentido, pero al mismo tiempo está profundamente conectada a esa esencia británica del "llueve y escampa". No hay supervivencia de Inglaterra sin tradición, discreción y respeto por las formas, y a esto no puede escapar siquiera un reformista moderado como Blair, cuya posterior caída en picada es vaticinada por la reina.
Creo que lo que más disfruté en THE QUEEN fue el retrato del alto mando de la Gran Bretaña en mangas de camisa, sorprendido de madrugada por la muerte de Diana o desnudado en su intimidad familiar: Tony Blair con una camiseta del Newcastle con el dorsal 10, un Felipe que le dice "Muévete, repollo" a Isabel en el inerte tálamo nupcial.